Una experiencia en el Centro Penitenciario de Madrid I (Mujeres)

 

Publicado en Diario La Ley, Nº 9085, Sección Tribuna, 21 de Noviembre de 2017, Editorial Wolters Kluwer.

 

Al comenzar a escribir este artículo y a la hora de plantear su enfoque y su estructura, me doy cuenta de cuántos buenos artículos se han escrito ya sobre Justicia Restaurativa y sobre Mediación Penal y Penitenciaria. Y muchos de ellos, han sido escritos por personas que llevan ya mucho tiempo investigando sobre el tema e impulsando proyectos pioneros en España.

Es por ello, que me propongo enfocar este artículo desde la parte de la Justicia Restaurativa que más nos mueve en estos momentos como asociación y que está más conectada con la experiencia vivida y que seguimos viviendo a nivel personal desde el Programa de Justicia Restaurativa y Mediación Penal y Penitenciaria que venimos desarrollando desde la Asociación para la Mediación, el Encuentro y la Escucha (AMEE) en el marco del Convenio de Colaboración con Instituciones Penitenciarias y la Fundación Wolters Kluwer en el Centro Penitenciario de Madrid I (Mujeres).

A la vez, deseo partir del horizonte desde el que creemos que debe contemplarse la mediación en el ámbito penal y penitenciario, que no es otro que el de la Justicia Restaurativa. En esa línea entendemos con Julián Ríos Martín por Justicia Restaurativa, en sentido amplio, «la filosofía y el método de resolver los conflictos que atienden prioritariamente a la protección de la víctima y al restablecimiento de la paz social, mediante el diálogo comunitario y el encuentro personal entre los directamente afectados, con el objeto de satisfacer de modo efectivo las necesidades puestas de manifiesto por los mismos, devolviéndoles una parte significativa de la disponibilidad sobre el proceso y sus eventuales soluciones, procurando la responsabilización del infractor y la reparación de las heridas personales y sociales provocadas por el delito».

La mediación que puede tener lugar en cualquier momento del procedimiento penal, también puede llevarse a cabo en la fase de ejecución de la sentencia y, en concreto, durante la estancia del infractor en el centro penitenciario en el que se esté cumpliendo condena.

La Asociación para la Mediación, el Encuentro y la Escucha (AMEE), tiene como objetivo fundamental el acercamiento de las personas que viven un conflicto a través de las herramientas de la Justicia Restaurativa, de la Mediación, de la Comunicación No Violenta, y de los Círculos Restaurativos. Y ello, tras haber experimentado y vivido los cambios profundos que se producen cuando en un conflicto sus intervinientes se expresan de manera honesta, compartiendo sus necesidades vitales sustanciales, y son escuchados de manera empática.

En concreto, a día de hoy, AMEE se encuentra trabajando en el Centro Penitenciario de Madrid I (Mujeres), implantando un Programa de Justicia Restaurativa y Mediación Penal y Penitenciaria, con el que se pretende el acercamiento a todo el entorno del centro penitenciario, del paradigma de la Justicia Restaurativa.

Dicho programa surge como respuesta al siguiente planteamiento: ¿Cómo preservar el bien común frente a las personas que, por diversas circunstancias, han ocasionado un daño y tienen capacidad de seguir causando daño? El género humano sólo ha dado, hasta el momento, con una fórmula: la cárcel.

A partir de ahí, las instituciones penitenciarias cumplen una función clave, que no es sólo la de recluir a estas personas, sino también rehabilitarlas y reinsertarlas en la sociedad, mandato que emana de nuestra Constitución, debiendo promover activamente que aquello que llevó al comportamiento delictivo no vuelva a ocurrir.

Cualquiera que haya tenido experiencia de trabajo en centros penitenciarios ha podido percibir lo complicado que es hacer realidad este objetivo de una rehabilitación integral de la persona. Más aún, en no pocas ocasiones, la cárcel deja un poso, mayor aún del que se tiene al entrar, de auténtico resentimiento social.

Esta reacción tiene lógica cuando la respuesta de las instituciones públicas a la comisión de un delito se limita exclusivamente a la represión y la reclusión. Si bien esta forma de ejercer la fuerza coercitiva es perfectamente legítima —o al menos legitimada por nuestro ordenamiento—, no deja de constituir una forma de violencia que en la medida en que se quede sólo en eso (reclusión) , soslaya este otro deber constitucional de contribuir a la rehabilitación. Dicho esto, es de justicia reconocer que la mayoría de las veces, lejos de por mala fe o falta de voluntad, este fenómeno se da por frustración, insuficiencia de recursos y definición demasiado limitada y muy apegada a los modos tradicionales de hacer, de los esquemas clásicos de trabajo con los reclusos.

En este difícil contexto, la Asociación para la Mediación, el Encuentro y la Escucha (AMEE) desarrolla un Programa de Justicia Restaurativa y de Mediación Penal y Penitenciaria que promueve, entre otros, la responsabilización por el delito cometido, la reparación a la víctima y el encuentro con ésta, todo ello, atendiendo, como decíamos anteriormente, al mandato constitucional de la reeducación y la reinserción social, como finalidades de la pena privativa de libertad.

¿Puede el Estado exponer un rostro humano, profundamente humano, en un entorno de reclusión? ¿Puede hacerlo sin ingenuidad, sin soslayar todo lo que implica, y debe implicar, la prisión, con herramientas concretas que aporten transformación real a las personas en su manera de concebir las relaciones libres y entre iguales, pero también responsables, que implica la convivencia en sociedad?

La asociación AMEE cree haber acertado con una metodología, útil y transformadora, partiendo de una reeducación en la forma de relacionarse la interna consigo mismo y con los demás, basada en unas pocas premisas entorno a la Justicia Restaurativa, a la Mediación, a la Comunicación No Violenta y a los Círculos Restaurativos. Experimentamos que otra forma de hacer es posible, no desde el mandato, la orden, la Ley, sino desde un cambio de consciencia, más afín, más sensible, más consciente sobre uno, pero también sobre lo otro y los otros.

AsAMEE parte de la premisa de que el delito es fruto de una elección equivocada del modo concreto en que se decidió colmar una necesidad humana. El autor o la autora de los hechos delictivos colmó una necesidad humana (en las más ocasiones una necesidad que, por netamente humana, es al mismo tiempo universal) de una manera equivocada que dañó a la víctima, a la sociedad, a su propio entorno personal y familiar y a sí mismo. Todo ello, como consecuencia de una percepción distorsionada de cómo uno debe enfocar su relación con el entorno, en la que se anula toda consideración previa sobre la víctima, a la que no se ve.

El objetivo de nuestro trabajo como asociación es, por un lado, escuchar las necesidades profundas desde las que se actuó, incluso, desde las que se cometió el delito, legitimando la necesidad última que le llevó a actuar, sin que legitimemos, sin embargo, la manera concreta en que esa persona actuó causando un daño a terceros a su alrededor.

Por otro lado, en ese camino deseamos mostrar al infractor de los hechos, que, más allá de sus daños personales y frustraciones vitales, esas que probablemente están en la base de lo que le llevó un día a la comisión del delito, hay otra parte de la realidad, que son los otros, con sus propias historias, necesidades y heridas, desde su raíz humana y necesitada. Se trata de que el autor del delito empatice con el sufrimiento profundo provocado por su actuar en la víctima de su delito. Pero no desde una culpabilidad que bloquea y autodestruye, sino desde una plena empatía, por fin autoconsciente, desde la que sólo puede manar un deseo profundo de reparación, de lo propio roto y de lo roto en lo ajeno.

Ese proceso de descubrir la humanidad «del otro lado», más allá de las necesidades propias, y ese proceso de descubrir que compartimos necesidades por el hecho de ser seres humanos, puede ser la mejor contribución para que la persona re-elabore desde la misma raíz de lo que un día hizo y comprenda, en definitiva, que otro modo de colmar las necesidades es posible, así como de estar y de relacionarse en sociedad. El método de trabajo es, fundamentalmente, la escucha profunda, la escucha empática, para con uno mismo y con los demás, trabajo que se puede poner en práctica en todas las relaciones cotidianas en su entorno, hoy por hoy el carcelario, mañana, el de su hogar, su trabajo, su familia, la calle otra vez.

No hablamos del respeto por el respeto, como mandato, sino del respeto que emana de la transformación interior provocada por la escucha primero a uno mismo, y después con la empatía con el ser del otro, su sensibilidad, su fragilidad, su daño y su necesidad, haciendo también un sincero y exhaustivo trabajo para entender y explicar la propia necesidad en las situaciones cotidianas, desterrando todo atisbo de violencia, de imposición, verbal y no verbal, por muy legítima que sea la propia necesidad.

Hace unos años, al comenzar con el programa de Justicia Restaurativa y Mediación, lo hicimos desde la perspectiva de la resolución de conflictos dentro del ámbito penitenciario. Desde ahí, pretendíamos, como objetivo primordial, la pacificación de los conflictos dentro del centro penitenciario, conflictos, que tienen lugar entre los internos y que pueden dar lugar, incluso, a activar la vía disciplinaria, con las consecuencias muy negativas que esto puede tener para ellas.

Con todo ello se pretende contribuir a una mejor convivencia dentro del centro penitenciario, así como a dotar a las internas de herramientas para la resolución de conflictos cuando adquieran la libertad, sin que pasen por la vía de la violencia en cualquiera de sus versiones.

Igualmente se trabaja la mediación con las familias de las internas cuando las circunstancias vitales así lo requieren. Todo ello, con el objetivo de cuidar el entorno al que vuelve la persona cuando haya cumplido la pena que se le haya impuesto, pues en ocasiones el entorno familiar ha podido verse afectado por distintas circunstancias relacionadas con el delito o con la vida en prisión.

Los «Encuentros Restaurativos» permiten a la víctima expresarse respecto del daño y sufrimiento vividos por el delito cometido y que la autora del delito se responsabilice ante la víctima por los hechos cometidos

Por su parte, y por lo que se refiere a la Mediación Penal, los objetivos primordiales del programa se refieren a dos ámbitos concretos: Por un lado, la Asociación tiene como objetivo la consecución de «Encuentros Restaurativos» entre las internas del centro, mujeres que cometieron un hecho delictivo, y las víctimas de sus delitos. Entre los objetivos de esos encuentros está, que la víctima pueda expresarse respecto del daño y sufrimiento vividos por el delito cometido, y ello, no ante cualquier persona, sino ante la autora de ese daño. Además de ello, otro de los objetivos de dichos encuentros, radica, como decíamos antes, en que la autora del delito se responsabilice ante la víctima por los hechos cometidos, empatice con el dolor causado y procure desde ahí una reparación del daño causado, acaso únicamente una reparación moral o emocional, pero inequívocamente de un valor incalculable en términos de reparación social y prevención de la reincidencia.

También se desarrollan desde el Programa los «Encuentros Restaurativos» cuando no existe una víctima concreta del delito cometido. Ello, por ejemplo en los delitos cometidos contra la salud pública, dónde también a la infractora le suele costar más asumir una responsabilidad por el daño causado, entre otros factores, porque no es capaz, inicialmente, de encontrar una víctima concreta de sus hechos.

Por lo que se refiere al desarrollo de nuestro programa, pero sobre todo en su comunicación a la sociedad, frecuentemente nos encontramos a nuestro alrededor cierta incomprensión y desesperanza cuando intentamos compartir el sentido del proyecto que nos impulsa. Y ello, pues en muchas ocasiones, se parte de la base de que el ser humano no cambia, no es capaz de modificar su estructura de conciencia y su comportamiento, y desde ahí se considera que cuando un ser humano ha cometido un delito y ha causado un daño, debe pagar por ello y asumir las consecuencias del mismo.

La justicia ordinaria se ocupa de determinar si, de acuerdo a la verdad plasmada en el proceso penal, la persona imputada por unos hechos efectivamente los ha cometido, y si así fue, se le impone una pena por ello. Y eso debe seguir siendo así, para salvaguardar la convivencia pacífica en sociedad.

A la vez, en ocasiones se olvida que una de las finalidades constitucionalmente reconocidas de la pena privativa de libertad es la reeducación y reinserción de la persona a la que se le impone dicha pena. Pero no toda la sociedad olvida ese mandato constitucional, que no es otra cosa que un «mandato» lleno de humanidad y de sabiduría, no sólo para con el autor del delito y a quién se le impone dicha pena, sino también para con la víctima del delito y la sociedad en su conjunto.

Ya otros lo hicieron antes que nosotros, y gracias a su vivencia confiamos en el camino, todavía largo, que resta hasta que se produzca el Encuentro Restaurativo entre la autora de un delito y la víctima del mismo en el programa que venimos desarrollando en el Centro Penitenciario de Madrid I (Mujeres).

¿En qué creemos? ¿Qué es lo que nos impulsa en última instancia a permanecer en un proyecto que la sociedad recientemente comienza a ver, aunque todavía sólo muy incipientemente a apoyar (en todos sus sentidos)?

Con palabras de José Luis Segovia Bernabé (licenciado en Derecho, en ciencias empresariales, en criminología y en teología moral, además de doctor en teología pastoral, impulsor y pionero de la Justicia Restaurativa en España y hoy en día Vicario de Pastoral Social y de innovación de Madrid) en toda crisis humana hay siempre un Kairós, un tiempo repleto de momentos trascendentes, de hechos que marcan fuerte el camino personal de cada uno, eso que algunos denominan destino y que en determinados momentos nos hizo tomar decisiones importantes.

Como también dice José Luis Segovia Bernabé: «El presupuesto antropológico del tiempo carcelario como kairós es el principio de perfectibilidad humana. Este consiste en la innata capacidad humana para mejorarse a sí mismo. Sin él no habría aprendizaje posible, la enseñanza, la transmisión de la experiencia, serían tareas inútiles. En último término, correlaciona con el principio de responsabilidad (…) y encuentra su fundamento último en la dignidad de la persona. Por eso, el ser humano es capaz de reconducir su vida, de retomar el rumbo frenético en el que le han introducido las circunstancias de la vida, de romper con toda suerte de espirales deterministas, adicciones sin salida aparente, patologías sin cura y hacerse conductor responsable de su propia existencia».

Tan importante como que alguien pueda cambiar, es la concurrencia de un facilitador casi imprescindible: alguien que crea en la recuperabilidad de la persona y tenga la audacia de apostar comprometidamente por ello.

Desde esta perspectiva, el mediador acompaña a la infractor/a primero, y a la víctima más tarde. Al infractor le acompaña en ese proceso largo interior de recuperación de la dignidad como ser humano, además de ello, le acompaña en el proceso interior de responsabilización por el daño causado y de reparación de las heridas personales de la víctima.

La persona del infractor revive, reactiva, vuelve a mirar de frente su propia dignidad durante el largo proceso interior de toma consciencia y de arrepentimiento del daño causado. Esa dignidad, además, se ve igualmente reflejada primero con la mirada de los acompañantes en el proceso y, después, si el encuentro restaurativo tuviera lugar, en la mirada de la propia víctima del delito.

La herramienta privilegiada al servicio de la resolución de los conflictos y de la reinserción social es el encuentro personal, mutuamente personalizador

Naturalmente, todo ello ha sido constatado desde nuestra experiencia personal, creyendo que la herramienta privilegiada al servicio de la resolución de los conflictos y también de la reinserción social, capaz de minimizar la desesperanza del infractor, por un lado, y de la sociedad por otro, no es otra que el encuentro personal, mutuamente personalizador.

Por eso, creemos que la persona del acompañante es una figura determinante durante el «kairos» que puede tener lugar en la persona durante su vivencia en prisión. Como recuerda José Luis Segovia Bernabé, el acompañante es tanto más capaz de aportar a obrar el milagro de la recuperación de la persona, cuanto de manera más creíble y comprometida pueda decir: «Tú me importas y estoy dispuesto a comprometerme contigo». Todo ello, sin esperar nada concreto.

Somos testigos de que ese encuentro de personas puede romper los pronósticos más sombríos y permite reescribir historias vitales, historias de responsabilización moral e integración social que nos estimulan a continuar en el proyecto pese a la frustración que vivimos en algunos momentos y a la incomprensión que sentimos en algunos entornos.

Y en ese camino de compromiso personal como miembros de la asociación AMEE hemos acompañado en los últimos tiempos a distintas mujeres en su proceso de responsabilización por el delito cometido y en el proceso de reparación del daño causado.

En concreto, hemos realizado dicho acompañado con autoras de delitos violentos contra las personas y que han causado daño profundo a las víctimas de sus delitos.

En esos procesos interiores de responsabilización resulta altamente llamativo cuán grande es la necesidad de pedir perdón. Y es que, cuando uno ha comprendido y «visto» el daño causado, cuando uno ha sido capaz de darse cuenta del daño en toda su dimensión, tiene la necesidad de compensar aquél daño, de reparar a la víctima, de aportar a la sociedad con bien. Una necesidad inconsolable de que la víctima de su delito deje de concebir al autor como un monstruo, una sed irrefrenable de recuperar el propio rostro humano frente a la mirada asustada e implacable de quien fue su víctima. Ayudar a que pueda ser recuperada la propia dignidad perdida por el crimen cometido desde la mirada de aquel a quien ofendí y maltraté.

Cuando uno se da cuenta del daño causado, necesita decirse a sí mismo y a los demás que esa persona que actuó dañando es mucho más que sólo eso, es mucho más que el autor de un delito, mucho más que una persona interna ahora en un centro penitenciario por el delito cometido. Necesita mostrarse a sí misma y a los demás, a la víctima y a la sociedad, que es un ser humano digno, un ser humano que se equivoca, que se arrepiente por el daño causado, porque lo ha visto y que pide perdón por ello. Y que además tiene la necesidad profunda de compensar ese daño en la medida de sus posibilidades. Ello puede ser pagando la responsabilidad civil, y de cualquier otra manera que tenga sentido para ambas partes.

Cuando el delito que se ha cometido no tiene víctima concreta, por ejemplo, porque se ha cometido un delito contra la salud pública, la responsabilización por el delito cometido sucede igualmente a nivel interior. Diferente es, únicamente, la manera de reparar el daño causado. En estos delitos sin víctima concreta hemos abierto vías de reparación que pasan, como siempre, por aportar un bien a aquél entorno al que se causó daño.

Hemos trabajado en el proceso interior de responsabilización con mujeres que han cometido delitos contra la salud pública. La sola vida en prisión, conviviendo con personas consumidoras de drogas tóxicas o estupefacientes les ha llevado a algunas de ellas a ver el deterioro que estas sustancias producen en el ser humano, los severos daños que causan y la irreversibilidad de un alto número de dichas lesiones.

El haber conocido esa realidad del mundo de la droga en prisión, algo que muchas desconocían, les ha llevado al proceso interior de responsabilización y de arrepentimiento por el daño causado.

Estos procesos que se siguen con las mujeres infractoras evitan en gran medida la reincidencia, y no puede haber mayor valor e interés social que procurar que el delincuente no reincida, no tanto por miedo a la consecuencia penal, sino por encontrar el delito ya como incompatible con su nuevo esquema de valores y su reencontrada empatía con los otros y con el valor de la propia dignidad.

¿Qué le impulsa a una mujer presa a responsabilizarse por el delito cometido y a desear pedir perdón por ello? Desde la Asociación para la Mediación, el Encuentro y la Escucha (AMEE) hemos hecho una primera experiencia que consideramos representativa de lo que sucede en un ser humano (consciente) tras la comisión de un hecho delictivo.

Traemos aquí algunos testimonios vitales de las participantes en el proceso: Nos escribe A.M.P. autora de un delito contra el patrimonio y contra las personas (utilizo en este caso sus iniciales aunque ella no tiene inconveniente alguno de que se sepa su identidad): «En mi caso, YO era YO… la única víctima. Pero no fue así y de no ser por vosotros, no lo hubiese podido ver». «De pensar que yo era la única «víctima» de mi encierro en prisión…. he pasado a darme cuenta de que estar presa no es lo peor que le puede suceder a una persona. Hay más víctimas en mi delito: mi madre y, por supuesto, la verdadera víctima del delito. Tengo que luchar (gracias a la fuerza que me habéis dado) por repararles a ellos el daño causado porque considero, AHORA, que ambos son las principales víctimas». A mi ingreso en prisión «sencillamente no pensaba en la víctima del delito». La víctima era YO: «Ese era mi único pensamiento. Gracias a este taller ahora pienso: A mí me condenaron a prisión, pero qué libertad con la que se quedó aquel hombre….Perdió su trabajo de asalariado para dar de comer a su familia y, además del trauma que sufrió ¿pudo recuperarse de sus heridas? Esa sí que fue una condena….».

A.M.P. desea encontrarse con la víctima de su delito, desea pedirle perdón y reparar, en la medida de lo posible, el daño causado. «Ahora, (…) me he dado cuenta de que «mi situación» había ido dejando muchas más víctimas en las que pienso continuamente…. Y por las que rezo, pues soy creyente, cada noche… y a las que ansío reparar, cuanto antes, el daño causado. Creo que de la «Ana rabiosa» que entró, me he convertido en la «Ana deseosa de hacer el bien… y cuanto antes». «Ansío que llegue ese momento de encuentro para que haya un ‘perdón’ que me arranque la «losa» que sabéis que he llevado tanto tiempo dentro de mí; sentir «confianza» y «credibilidad» por su parte… mirarle a los ojos, contarle la verdad de lo que ocurrió y que él me mire, que pueda saber qué paso antes, durante y después, me crea … y que me perdone, por favor…».

Por otro lado, B.P. autora de un delito contra la salud pública, nos dice: «Este proceso me ha hecho ver que soy una mujer que un día se equivocó, pero que aunque no se puede borrar el pasado, se puede vivir sin que esa culpa te haga tanto daño; me ha ayudado a aceptar la realidad, sobre todo, a ver un camino de luz. Cuando todo estaba realmente oscuro, me ha ayudado a valorarme y a sacar la negatividad de mi vida».

¿Qué ha supuesto este proceso para ti en la visión que tenías del delito que habías cometido? «Considero que ha sido muy bueno. Reproducirme a mi misma paso a paso mi delito, ha supuesto aceptar mi error que aunque ya lo tenía asumido, yo me sentía muy mal. Y ahora sé lo que he hecho, pero también sé que nunca lo tengo que olvidar, y sobre todo sé que necesito restaurar ese daño que hice de algún modo y sé que será muy positivo para mi vida».

¿Qué ha supuesto este taller para ti en la visión que tenías y que tienes ahora de la víctima del delito? «Yo la visión que tenía es que había hecho un daño irreparable a las personas que consumían drogas. Ahora la visión que tengo es que el daño ya está hecho, pero puedo ayudar de alguna manera a personas para que esto no sea tan doloroso para mí; ahora veo la forma de reparar de alguna manera eso que me hacía sentirme tan mal, de reparar para que el daño no sea tan grande».

¿Qué sientes cuando te planteas la posibilidad de repara el daño causado? «Siento una emoción positiva para mí, me siento con muchas granas de aportar algo bueno a la sociedad, de ayudar, de intentar cosas buenas para mí y para los demás, me encantaría ayudar a jóvenes drogodependientes. Lo haré. Es una asignatura pendiente en mi vida por poco tiempo».

¿En qué medida, si hubiera sido así, te ha ayudado este taller a afrontar tu vida, tu presente, tu futuro inmediato y más a largo plazo? «Me ha ayudado muchísimo a poder vivir sin ese sentimiento de culpa que me tenía paralizada por el daño causado, y me ha infundido valor y coraje para afrontar mi futuro sin miedo, a plantearme resarcir el daño causado y eso es algo que me hace sentir muy bien».

Y son estos testimonios, como parte muy menor dentro de lo que vivimos en el desarrollo del proyecto, lo que nos hace seguir adelante. Y no sólo eso, sino también el poder acompañar más adelante, cuando el momento haya llegado, a las víctimas concretas de estos y otros delitos. Ese acompañamiento intuimos que tampoco será sencillo, pero nos anima, entre otros, la experiencia vivida por otros proyectos pioneros en España, a los que desde aquí nuevamente mostramos todo nuestro reconocimiento y agradecimiento.

También nos anima el programa que ya ha comenzado a ser realidad con las víctimas de los delitos contra la salud pública. Y es que, B.P. en sus permisos de salida ya ha comenzado a reparar el daño causado aportando parte de su tiempo de salida de prisión a cocinar y a acompañar en el reparto de alimentos a personas drogodependientes de la mano de la Asociación Bocatas-Pasión por el Hombre en la Cañada Real de Valdemingómez, lugar al que cada viernes desde hace muchos años acude esta asociación en el acompañamiento de las personas drogodependientes. Y allí B. P. está vivenciando en primera línea el daño profundo que la droga causa en las personas.

Y es que es muy alentador despertar cada día con la confianza y la vivencia puesta en que en el kairós el ser humano desde su «perfectibilidad» y desde el sentirse acompañado, es capaz de conectar con su ser y renacer a la vida aportando bien, como necesidad humana sustancial.

 

Pilar GONZÁLEZ RIVERO

Presidenta de la Asociación para la Mediación, el Encuentro y la Escucha (AMEE)